domingo, 14 de diciembre de 2014

Te regalo una historia de amor, parte 3

De nuevo se reunieron con los padres de Ashley y Sam les invitó a aproximarse a la mesa donde se sentaban los señores Lawson. El muchacho tuvo que volver a estirarse el cuello de la camisa, la dichosa pajarita lo estaba matando. Notó como una gota fría de sudor le cayó por la frente y sus manos se frotaron nerviosas. Sin lugar a dudas, en aquel momento habría preferido estar tirado en la arena de la playa tomando unas cervezas con los amigos frente a una hoguera. Sin embargo, aquello nada tenía que ver con la situación a la que estaba a punto de enfrentarse.
―Mamá. Papá. Quiero presentaros a los señores Cooley, los padres de Ashley.
―¡Oh, querida! Por fin tengo el placer de conocerte –apuntó Sarah propinando un entusiástico abrazo a la señora Cooley―. La bella Ashley nos ha hablado muy bien de vosotros.
Peter guardó las distancias algo más que su mujer y simplemente tendió la mano de forma amistosa al señor y a la señora Cooley para saludarlos.
―Encantado de conocerles. Ashley es una chica estupenda –señaló de manera cortés.
―Gracias. Nuestra hija también nos habla maravillas de la familia de Sam, y veo que no se ha equivocado un ápice en su apreciación –repuso el padre de Ashley―. Son muy amables por invitarnos a un evento tan señalado como este.
―¡Oh, por favor! Dejemos las formalidades a un lado. Casi somos de la misma familia, ¿verdad querida? –Sarah parecía realmente encantada con la presencia de la señora Cooley.
Sam y Ashley observaban en silencio y con la boca abierta cómo la señora Lawson agarraba a Elaine del brazo y juntas caminaban hacia la barra del bar mientras parloteaban sobre temas triviales. Peter, por otro lado, invitó a George a salir a la terraza para ofrecerle uno de sus mejores puros habanos y así poder charlar sobre las franquicias que el señor Cooley estaba a punto de vender en el extranjero.
Sam y Ashley se miraron incrédulos.
―¿Has visto eso? Ni siquiera nos han prestado la más mínima atención –replicó Sam.
―Mejor así. Parece que han congeniado a la primera. Ha sido más fácil de lo que esperaba, ¿no te parece? –añadió Ashley sin poder ocultar su entusiasmo.
«Demasiado diría yo» pensó Sam para sus adentros.
La noche transcurrió de forma agradable. Tras una copiosa cena amenizada con los más exquisitos manjares que el hotel ofrecía, Sam quiso sorprender a sus padres con un vídeo que él mismo había preparado días atrás, donde se presentaban viejas fotografías de los señores Lawson desde su más tierna infancia hasta el último cumpleaños de su hijo, incluyendo imágenes de toda una vida juntos.
La señora Lawson no pudo reprimir soltar alguna que otra lágrima durante la proyección, y el padre de Sam le dio un fuerte abrazo a su hijo cuando el video finalizó. Los invitados se pusieron en pie para aplaudir el maravilloso detalle que Sam había tenido para con sus padres, y más de uno tuvo que recurrir al pañuelo para sonarse la nariz.
―Ha sido precioso –le dijo Ashley a su chico cuando regresó a su asiento.
―Sí, amigo. Casi me meo en los pantalones –bromeó el chistoso de Walter.
―Eres un insensible, no tienes corazón –le regañó Ashley―. Como sigas así no encontrarás novia en tu vida.
Walter tuvo que agachar la cabeza y aguantar la reprimenda. Sam contuvo la risa, conocía perfectamente a su amigo y sabía que no hablaba en serio. Él era así, cuando algo le emocionaba se cubría con un armazón de chistes malos para no mostrar su debilidad. Pero eso a Sam no le importaba.
―En fin, creo que voy a hablar un rato con Jenny –indicó Ashley acabándose su tercera copa de champán―. Seguro que a ella también le ha encantado el video.
Cuando la muchacha se alejó en busca de su amiga, Sam le dio un codazo a Walter.
―Vale, ya se ha ido. No tienes que poner cara de póquer. Ya sé que a ti estas cosas te parecen una cursilada.
―¡Qué va! En serio, me ha encantado como te has currado el vídeo –aclaró Walter―. Pero es que tu chica no sabe distinguir una broma.
―Ya la conoces. Ashley se toma las cosas muy en serio. Deja de darle importancia –señaló Sam encogiéndose de hombros.
En poco menos de un minuto, Walter ya se había olvidado del asunto y le propuso a Sam salir a la calle para probar el nuevo coche.
―Me temo que hoy no es el día. Prometí a Ashley que la acompañaría a casa. Además, imagina su cara si se entera de que he estrenado el coche contigo y no con ella –dijo el joven guiñando un ojo a su amigo.
―¡Eh! Cuidadito con lo que piensas, que yo solo quiero escuchar ese motor rugir como una bestia y no probar si los asientos son reclinables o no.
―¿Pero cómo puedes ser tan capullo? No me refería a estrenarlo en ese sentido.
―Sí, sí, claro. Cuéntame otra batallita porque esa no me la trago. ¿Un Maserati nuevo, una chica hermosa y una noche por delante? –Walter agitó la cabeza―. Qué suerte tienen algunos…
Sam dio a su amigo por imposible y fue en busca de Ashley. Por el camino, mientras sorteaba las diferentes mesas que le separaban de su chica, el joven no pudo evitar escuchar algunas de las conversaciones que se daban entre los invitados a la fiesta.
―Este mes mis acciones han subido un quince por ciento más de lo que esperaba –comentaba un señor con bigote.
―Mi marido se ha gastado más de diez mil dólares en este collar de oro blanco y diamantes de Piaget –presumía una señora entrada en edad.
―Esa finca tiene que ser mía. Si ese cabrón de Richard se me adelanta, tendré que darle una patada en el culo –conversaba otro invitado un tanto exaltado.
A Sam se le antojaron tertulias soberanamente superficiales. ¿Cómo podía ser que los únicos temas de diálogo estuvieran relacionados con dinero, lujo y patrimonio? Tendría que haber muchos más asuntos importantes de los que hablar, como los deportes, viajes, amigos… sin embargo, estaba claro que a aquellas personas solo les importaba una cosa.
―No soporto a esa cursi de Michelle, se cree que por tener un Ferrari nuevo ya puede presumir de todo. ¿Acaso no se ha mirado en el espejo? Esos zapatos de Luois Vuitton le sientan como un tiro –comentaba Ashley con su amiga Jenny.
«Otro argumento frívolo y carente de interés» pensó Sam cuando llegó al lado de su chica. Aunque, ¿quién era él para juzgar a los demás? Tampoco se salvaba de entrar en el mismo saco que el resto de las personas allí congregadas: sus padres, guiados por los caprichos de su hijo, acababan de gastarse un dineral en el Maserati.
―Perdón por la interrupción –intervino Sam dirigiéndose a su novia―. Cariño, la fiesta está a punto de acabar, ¿quieres que te acerque a casa?
―Claro, mi amor –respondió la joven al tiempo que sujetaba a su chico por las mejillas y le propinaba un sonoro beso en los labios.
Sam carraspeó tras la efusiva muestra de cariño de Ashley frente a la compañera de ésta. Notó como sus mejillas se sonrojaron al observar que Jenny contemplaba la escena sin apartar los ojos del apuesto joven.
―Lo siento, Jenny. Sam va a llevarme a casa en su coche nuevo. –La muchacha se levantó de golpe y a punto estuvo de caer al suelo cuando se pisó la cola de su elegante vestido.
Por suerte Sam estaba a su lado para sujetarla. Daba la sensación de que Ashley había bebido más de la cuenta, pero aquello no impidió a la chica recolocar su vestido para que se viera perfecto.
―Será mejor que avisemos a tus padres de que nos marcharnos.
―Sí, por supuesto. Ya sabes cómo se ponen si no te despides de ellos. Te adoran demasiado. –Aquel último comentario se le antojó a Sam un tanto repelente y fuera de lugar.
El chaval dibujó una sonrisa forzada en su cara. Tras prometerles a los señores Cooley que devolvería pronto a Ashley a su casa, Sam se despidió también de sus padres advirtiéndoles que regresaría algo más tarde.
―Bien, cariño. No olvides las llaves de casa –le recordó su madre―. Jeffry se pone de muy mal humor si le despiertas en mitad de la noche.
―Descuida, mamá.
Y tras cumplir con la obligación de despedirse del resto de invitados, Sam y Ashley salieron del hotel y dieron una vuelta en el sofisticado coche del muchacho. Condujeron por una carretera paralela a la costa para sentir la dulce brisa de la noche.
―Es maravilloso. ¡Me encanta! –vociferó Ashley sacando la cabeza por la ventanilla para sentir el aire en la cara.
―Ten cuidado, la policía nos puede llamar la atención. –Sam estaba preocupado por la embriaguez de la chica. Temía que pudiera cometer alguna locura, entonces tiró de su mano para que introdujera la cabeza en el interior y cerró la ventanilla con el fin de evitar problemas.
―¡Vamos, cariño, pisa el acelerador! Quiero sentir ese motor a toda potencia –gritó Ashley.
A Sam le pareció divertido el estado de la muchacha. Nunca antes la había visto en aquellas circunstancias, tan desinhibida y poco pendiente de guardar las formas. Decidió dejarse llevar y satisfacer su petición, así pues, cuando llegaron a una carretera poco transitada, Sam pisó a fondo el acelerador.
―¡Wow! ¡Es la leche! –decía Ashley entre risas―. Seguro que el coche de Michelle es un juguete en comparación con este.
―No creas, algunos modelos de Ferrari superan los quinientos caballos.
―¡Buah! La muy tonta no sabe ni meter las marchas. ¿Para qué querrá un coche tan rápido?
―Cuestión de gustos –respondió Sam encogiéndose de hombros.
―Para.
―¿Qué?
―¡Qué pares!
―¿Ocurre algo?
―Creo que voy a vomitar –farfulló la chica llevándose las manos a la boca.
Sam desvió el coche a un lado de la cuneta antes de que Ashley dejara un desagradable recuerdo en la tapicería de cuero. El joven no pudo evitar sentir ciertos escrúpulos al contemplar la imagen de su novia vestida como una muñeca mientras emitía sonidos grotescos, parecidos a los de un trol escupiendo sapos por la boca. No tuvo más remedio que salir del vehículo y acercarse a ella para comprobar si necesitaba ayuda, pero Ashley, avergonzada por la situación, lo apartó con la mano de un empujón.
―Vamos, no tienes de qué preocuparte. Se supone que soy médico y estas cosas no deberían impresionarme.
―Esto es diferente –pronunció la joven a duras penas.
Esperaron un par de horas sentados junto a la orilla del mar hasta que Ashley se recuperara de la melopea. No quería que sus padres pensaran que había bebido por su culpa. A eso de las tres de la mañana, los muchachos llegaron a la urbanización donde vivía la joven.
―Siento mucho haber estropeado el resto de la noche –exhaló Ashley en un suspiro.
―No te preocupes. Es normal que te sientas así si no estás acostumbrada a beber.
―La verdad es que no ―suspiró la chica relajando el cuello sobre el reposacabezas―. Supongo que estaba demasiado nerviosa por el encuentro de nuestros padres.
―No ha sido tan horrible, ¿verdad? –repuso Sam con una sonrisa amable.
―Cierto. Han pasado casi toda la velada hablando entre ellos –añadió Ashley devolviéndole la sonrisa a su chico.
Por unos instantes ambos se quedaron pensativos mirándose el uno al otro. El silencio de la noche se apoderó de sus oídos y aquella paz deleitó sus sentidos después de la tensión vivida en la fiesta. Se sentían agotados, pero aquello no impidió a Sam para acercarse a su chica y darle un beso tierno en los labios.
―Hoy estabas preciosa –le susurró al oído.
―¿Lo dices en serio? –Murmuró Ashley dejándose acariciar por los delicados dedos de Sam sobre su rostro―. Habría sido perfecto si no llego a estar como una cuba.
―Bueno, ya estás recuperada y sigues pareciéndome una diosa. –Sam continuaba centrado en seducir a su chica con pequeños besos sobre el delicado cuello de ésta.
―¿No crees que el vestido de Jenny era más bonito que el mío? –Ashley parecía estar más preocupada por otros asuntos, pero aquello no consiguió descentrar a Sam.
―No. Tú eres mucho más hermosa que ella –le decía Sam descendiendo por el hombro desnudo de la chica.
―¿Te has fijado en el peinado? Su peluquero debe ser algún paleto de Camberra, esos tipos de la capital se creen que entienden de estilo y la verdad es que no tienen ni la menor idea.
―Me da igual de dónde sea el peluquero de Jenny. –El muchacho no podía creer que Ashley estuviera pendiente de esas minucias y, muy disimuladamente, continuó descendiendo por su hombro.
―Creo que le gustas –soltó al fin la joven.
Sam no tuvo más remedio que interrumpir sus intenciones. Aquella conversación de besugos no lo estaba poniendo en absoluto, y le dio la sensación de que Ashley solo tenía un pensamiento en la cabeza.
―¿Por qué dices eso?
―He visto cómo te miraba.
―¿Y cómo se supone que me miraba?
―No sé. Siempre está pendiente de ti. Hoy no paraba de comentar lo guapo que estabas, lo inteligente que eras y lo seductor que estabas con tu traje oscuro.
―Me da igual lo que diga esa amiga tuya.
―Pues a mí no.
―¿No irás a decirme que estás celosa? –El silencio de Ashley lo dejaba claro―. Pero si ni siquiera he hablado con ella en toda la cena. Has sido tú la que te has acercado a ella para saludarla.
―Es igual. Eso no quita para que Jenny no dejara de hablar de ti. –La muchacha se cruzó de brazos enojada.
Sam optó por rendirse y prefirió no continuar con la conversación. Ashley podía ser una mujer encantadora cuando estaba animada, pero sus cambios de humor repentinos eran difíciles de torear. Él mismo lo había comprobado en varias ocasiones y sabía que lo mejor era alejarse de ella y reaparecer a la mañana siguiente como si nada hubiera sucedido. Ashley volvería a ser la misma de siempre después de un sueño reparador.
La pareja puso fin a la velada y ambos se despidieron con un desganado beso en los labios. Cuando Sam se aseguró de que la muchacha había entrado en su casa, dirigió el bólido hasta la mansión en Bayview.
Las luces de la entrada esperaban encendidas a su llegada. Todos en casa dormían y Sam subió hasta su dormitorio arrastrando los pies cansado. Abrió el ventanal que daba a la terraza privada de sus aposentos y salió un rato para respirar el aire fresco de la noche. Había sido una jornada larga, pues durante el día tuvo que ayudar a su padre en la clínica desde temprano, y la noche no había acabado precisamente como él esperaba.
Tomó asiento sobre un balancín y se dejó mecer por el movimiento suave de éste. Relajó su cuerpo y cruzó las manos detrás de la nuca para observar las estrellas que iluminaban el cielo. Se preguntó cuántas estrellas habría por encima de su cabeza, estaba seguro de que existían muchísimas más de las que sus ojos eran capaces de ver. Una vez había leído en un artículo que si alguien contara los granos de arena del planeta, apenas se acercaría al número probable de estrellas que había en el universo.

El joven cogió un puñado de tierra del interior de una maceta y dejó que los granos se le escurrieran por entre los dedos. En medio de un silencio mudo, Sam se sintió tremendamente pequeño. Pasó el resto de la noche contemplando el cielo, como un niño deslumbrado por toda aquella inmensidad.

martes, 9 de diciembre de 2014

Te regalo una historia de amor, parte 2

Sam se dirigió hacia el este en Pittwater Road. Siempre tomaba aquella carretera para ir a la ciudad, a fin de cuentas, era la más próxima a la costa y por lo tanto la que mejor vistas tenía. La noche era cálida, a pesar de estar en el mes de diciembre, el verano austral invitaba a los moteros a disfrutar del aire fresco nocturno y la mayoría salían a dar una vuelta por las noches. A parte de ellos, el tráfico no era demasiado denso a aquellas horas, así que aprovechó ciertos espacios para acelerar y regocijarse con el tronar de aquella potente máquina.
En menos de quince minutos llegó a Falcon Street. Una vez allí, tuvo que aminorar la velocidad, pues debía pasar por algunos peajes para continuar su camino. Tomó la salida de Grosvenor Street y a continuación giró a la izquierda por George Street. A tan solo quinientos metros se encontraba el majestuoso Hotel Hyatt Park.
Los padres de Sam habían decidido celebrar el aniversario en aquel lugar por una cuestión muy simple: el hotel se encontraba en Walsh Bay, la misma zona donde se habían conocido veintiséis años antes. Además, aquel también fue el lugar donde Peter le había pedido matrimonio a Sarah un año después de conocerse en la fiesta. Fue solo cuestión de semanas hasta que sus sueños se hicieron realidad.
Los invitados habían comenzado a llegar. Muchos se agolpaban en la puerta para recibir a los  señores Lawson que salían de su esplendoroso coche. Sam tuvo que esperar una cola de varios automóviles hasta que el aparcacoches se encargara del suyo. De pronto, un golpe en la parte trasera le hizo dar un respingo. Echó un vistazo por el retrovisor para ver qué había sucedido, pero en ese momento Walter apareció como un fantasma por la ventanilla del copiloto.
―¡Pedazo de cabrón! ¡Qué calladito te lo tenías! ―Walter introdujo medio cuerpo en el coche para soltar un puñetazo amistoso en el hombro de su camarada.
―¡No seas gilipollas! Anda, ven, entra. No quiero que me estropees la carrocería con ese disfraz de pacotilla― respondió.
―¿Pacotilla? ―repuso ajustándose la corbata―. Para tu información te diré que este traje cuesta tres veces más que tu esmoquin de pingüino.
―No lo dudo ―dijo Sam estirándose el cuello de la camisa―. Odio estos eventos. Daría lo que fuera por no tener que llevar la puñetera pajarita, la muy condenada no me permite respirar. Ya podían haber celebrado las bodas de plata en la mismísima playa y en bañador.
―No me cambies de tema –le interrumpió su amigo mientras tomaba asiento a su lado y observaba boquiabierto el panel de control―. A ver ¿caballos?
―Cuatrocientos sesenta.
―¿Velocidad máxima?
―Trescientos kilómetros por hora.
―¿Consumo medio?
―Entre quince y dieciséis litros.
―¿Aceleración de cero a cien?
―Cuatro coma siete segundos.
―¿Lo has probado ya?
―Aún no. –Sam le guiñó un ojo a su amigo―. Te estaba esperando.
―Así me gusta –dijo dándole otra palmada en la espalda.
Walter podía resultar irritante en algunas ocasiones, pero siempre había sido su mejor amigo. Se conocían desde el colegio. Walter había sido siempre un chaval energético y lleno de vida, sin embargo, algunos de sus compañeros lo tomaban por un tipo exasperante e insoportable. Hablaba demasiado, incluso los profesores tenían que llamarle la atención constantemente porque era incapaz de guardar silencio más de diez minutos seguidos. Su temperamento nervioso hacía de su complexión un tipo delgado, más bien menudito. Por supuesto aquella debilidad física no le beneficiaba a la hora de meterse en alguna pelea aunque, por suerte, Sam siempre estaba a su lado para echarle una mano.
Al contrario que Walter, Sam era un chico más tranquilo, lo que no significaba que no fuera capaz de tumbar a cualquiera de un solo golpe de derecha. Él era un tipo alto y corpulento. Practicaba kick boxing cada vez que podía y las técnicas aprendidas le habían ido de perlas para no dejarse achantar por nadie.
―¿Has quedado con Ashley en el hotel? –preguntó Walter.
―Sí. Vendrá con sus padres –dijo soltando un suspiro.
―Por favor, no seas tan efusivo –replicó Walter en un tono irónico―. Cualquiera diría que no te hace ilusión que vuestros padres se conozcan formalmente.
―La verdad es que no –confesó―. A veces tengo la sensación de que esto va demasiado deprisa.
―¿Te refieres a tu relación con Ashley?
Sam asintió con la cabeza.
―Solo llevamos juntos seis meses y parece que me hubiera comprometido con ella por el resto de mi vida.
―¿Acaso no la quieres?
―Sí, claro que la quiero. Es una buena chica… y muy inteligente.
―Por no mencionar que está como un tren –interrumpió Walter.
―Está bien… además está buenísima. –Sam sacudió la cabeza―. Pero eso no tiene nada que ver con esto. Pienso que Ashley va muy rápido, no sé, tal vez deberíamos tomárnoslo con más calma… salir más… conocer más gente…
―¿No estarás pensando en engañarla?
―¡Oh, Walter! Eres imposible –soltó el joven exasperado―. No estoy hablando de eso. Solo digo que es demasiado pronto para compromisos. Somos muy jóvenes para atarnos de ese modo.
―¿Se lo has dicho a ella?
―¡Qué va! Está demasiado ilusionada con este encuentro. Cualquiera se atreve a defraudarla…
―Bueno, si lo piensas bien, no es tan grave. –Walter se encogió de hombros―. Piensa que sencillamente vuestros padres van a conocerse, nada más. Eso no quiere decir que vayáis a casaros mañana mismo.
Sam enarcó las cejas y dirigió una mirada escéptica a su amigo.
―Tú no conoces a Ashley.
El botones del hotel se aproximó al Maserati.
―¿Desea que le aparque el coche, señor?
Los dos amigos salieron del vehículo y Sam le hizo entrega de las llaves al muchacho.
―¡Cuídalo bien! Es el coche nuevo de mi amigo –le advirtió Walter por encima del capó.

―Descuide, señor –respondió el aparcacoches de forma cortés.
Los dos jóvenes se dirigieron a la entrada del hotel. Los padres de Sam ya habían accedido al interior y esperaban en la sala de celebraciones rodeados por un grupo de invitados que los felicitaban por su aniversario.
El magnífico Guest House del hotel estaba situado en el mismísimo puerto de Sydney, desde donde se accedía a una terraza exterior privada con increíbles vistas a la colosal Opera House. La decoración del salón de celebraciones era de un gusto exquisito, minuciosamente diseñado con la iluminación perfecta para la visualización de sus mesas y el brillo de la elegante vajilla que las componían. El restaurante del hotel Hyatt Park se caracterizaba por una cocina creativa con toques de autor donde se aplicaban fuertes dosis de imaginación. El matrimonio Lawson era amante de este tipo de cocina, adoraban explorar nuevos sabores y deleitarse con las sorprendentes elaboraciones de sus cocineros.
Sam echó un vistazo al Guest House en busca de su chica, suponía que habría llegado antes que él, ya que solía ser muy puntual en los eventos importantes. Y aquella era una de esas ocasiones.
―Mira, allí está Ashley –informó Walter señalando hacia el balcón.
La joven se encontraba con sus padres en el exterior, contemplando las maravillosas vistas de la bahía mientras sujetaba una copa de champán. Sam se aproximó para saludar a los señores Cooley.
―Buenas noches, señores. –Sam hizo una leve inclinación de cabeza―. Ashley.
―¡Oh, mi querido Sam! –La señora Cooley fue la primera en saludar―. Estás realmente encantador.
―Gracias, señora.
―Por favor Sam, llámame Elaine. Creo que ya es hora de apartar los formalismos, ¿no te parece, George? –se dirigió a su marido.
―Claro, muchacho –afirmó el señor Cooley dando un manotazo amistoso al joven en el hombro.
―Estás realmente preciosa esta noche, Ashley –dijo Sam dirigiéndose a su novia.
―Gracias, cariño –respondió sin poder evitar sonrojarse delante de sus padres.
Los señores Cooley se percataron de las ganas locas de Ashley por quedarse a solas con su chico unos instantes, por ello no dudaron en buscar una ágil excusa para alejarse de los dos tortolitos.
―Tomaremos algo de beber, en breve estaremos de vuelta –señaló el señor Cooley.
Cuando ambos se alejaron, Ashley se abalanzó sobre los brazos de su amado con gran entusiasmo.
―¡Oh, Sam, estoy tan nerviosa! ¿Crees que tus padres y los míos se llevarán bien?
―No me cabe duda. Aunque solo sea por guardar los formalismos, te aseguro que la cordialidad será más que palpable.
―Eso espero.
―Intenta no pensar en ello –dijo Sam para tranquilizarla―. A ver, ¿qué le apetece hacer esta noche, señorita?
―Mmmm, creo que me está entrando hambre de algo delicioso –respondió Ashley terminando de beber su copa de un trago y llevándose el índice a los labios de manera insinuante.
―Será mejor que tomemos algo fresco –repuso Sam divertido―. Además, no me gustaría estropearte ese vestido tan elegante.
―¿Te gusta? –Preguntó Ashley dando una vuelta a fin de que Sam pudiera apreciar la bella figura de su chica―. Es de Valentino, adoro sus diseños.
―Bien… estupendo –farfulló Sam―. Realmente te sienta genial.
Sam no era ningún entendido en prendas, aunque eso no quitaba para que no supiera reconocer un vestido bonito sobre una chica bonita. Todo lo contrario que Ashley, que estaba en su último curso de la escuela de alta costura y a la vista de grandes proyectos. La joven era una obsesa de la moda. Siempre vestía a la última y su fascinación por las telas sobrepasaba los límites del entusiasmo. Sus padres lo vieron claro desde el principio; Ashley tenía una gran virtud, y aquella pasión por la alta costura llevaría a su hija a estar entre las grandes diseñadoras tarde o temprano. Por ello no dudaron en enviar a su hija a una de las escuelas más prestigiosas del país, además de hacer prácticas durante un año en la cuna de la moda, París.
―¿Por qué no hacemos lo que hemos venido a hacer y acabamos con este martirio cuanto antes? –repuso Sam refiriéndose a la presentación formal de sus padres.
―Estoy tan nerviosa como tú, cariño. Anoche no pude ni pegar ojo –susurró la joven.
En ese momento un camarero pasó a su lado portando algunas bebidas y Ashley aprovechó para agarrar otra copa de champán.
―De acuerdo, entonces vamos allá –añadió Sam cogiendo otra copa para él.

Mi paso por #FICOD14

Todo comenzó hace unos meses cuando, sin esperarlo, recibí un mail por parte de la organización de FICOD (Foro Internacional de Contenidos Digitales) donde me invitaban a participar como ponente en una de las mesas. Al principio no supe qué contestar, puesto que no conocía nada de FICOD y tampoco creí que fuera en serio. Pero después de investigar, me di cuenta de que hablaban muy en serio y de que efectivamente estaban interesados en mi presencia como autora autopublicada.
Tras varios mails para concretar y organizar el viaje, me encuentro con que el día 2 de diciembre debo viajar a Madrid. La primera sorpresa con la que me cruzo en el camino es la espectacular organización por parte de la empresa: viaje en primera, un espectacular coche esperando a la puerta de la estación con su respectivo guardaespaldas (para trasladarme al restaurante donde cenaría la primera noche, una cena y espectáculo de ensueño compartido con los organizadores y directivos de FICOD y RED.ES…
Y aquí debo hacer un paréntesis para contar que me trasladaron en el mismo coche en el que habían viajado diversos políticos y actores famosos como Pierce Brosnan, Brat Pitt o Matt Demon… Sí, lo sé, yo tampoco daba crédito a lo que el joven de dos metros de alto que conducía el coche me estaba contando, pero tratándose de un Mercedes S Class 500, podía esperar cualquier cosa. Además me contó una anécdota curiosa sobre Pierce Brosnan, y es que el actor, en un arrebato de estupidez, decidió escapar de un restaurante por la salida de los camareros sin que el guardaespaldas se diera cuenta. El muchacho me dijo que casi le cuesta el despido. En fin… pequeñas anécdotas curiosas que para una persona común como yo, nos resultan graciosas de escuchar.
Volvemos al restaurante. La Capilla de la Bolsa. Un lugar espectacular, no solo por la remodelación de la capilla y el exquisito servicio, sino que, además, entre plato y plato, dos tenores nos amenizaron la cena con diversas piezas a cada cual más espectacular.
A eso de las 12 llegué al hotel. De nuevo me trasladaron hasta allí en coche privado y de nuevo me vi envuelta en un ambiente de lo más exclusivo. Por desgracia, estaba tan cansada que apenas pude disfrutar de la estancia allí, y es que Morfeo me llamó a un sueño profundo antes de mi ponencia para el día siguiente.
Por la mañana, y tras una estupenda ducha y un revigorizador desayuno en el buffet, me dirigí al Palacio de Congresos que estaba justo en frente del hotel.
 Nada más llegar, recogí mi pase al foro y desde allí una azafata me acompañó a la sala VIP donde nos reuniríamos todos los ponentes que participábamos en el foro. Allí conocí a mis compañeros: Bruno Nievas (autor de Realidad Aumentada), David Fernandez (Director de Nubico) y Justo Hidalgo (Socio fundador de 24symbols). Todos expertos excelentes y con muchos avances tecnológicos interesantes que contar.
A las 11:45 bajamos a la sala donde participaríamos y allí nos colocaron los micrófonos, luces y demás parafernalias para una perfecta actuación. La sala se llenó, se trataron diversos temas sobre la autopublicación, tales como experiencias personales, lo que está por venir, la demanda de los lectores, los géneros que más venden en la actualidad, nuevos proyectos…
Una vez acabado el tiempo, algunos espectadores se aproximaron a nosotros para hacernos algunas preguntas y, una vez resueltas todas ellas, nos llevaron de regreso a la sala VIP donde poco después ofrecerían una suculenta comida.
En seguida tuve que ausentarme  puesto que mi tren de vuelta partía a las 16:30 de la tarde. Camino de vuelta, tuve tiempo suficiente para recordar y analizar todos los momentos vividos en, para mí, una nueva experiencia.

Espero volver el próximo #FICOD15