domingo, 12 de julio de 2015

Reflexiones de una profesora de secundaria.

Hoy no voy a hablar de libros, ni de publicaciones, ni de presentaciones. Hoy siento la necesidad de hablar de otra de las facetas más importantes que me han acompañado en los últimos cuatro años de mi vida, mi profesión como profesora de secundaria.

Solo han pasado dos semanas desde que nos dieron vacaciones a los profesores, hasta ahí todo parece estupendo, porque no tenemos que trabajar y tenemos más tiempo libre. Pero lo cierto es que, en solo dos semanas, ya echo de menos a mis niños. Este año he tenido que preparar una de las pruebas más duras a la que nos enfrentamos los profesores cuando queremos luchar por esta profesión, las temidas y odiadas oposiciones. Y con estas ya van 3 pruebas en mi caso. Resultado: tengo que volver a presentarme el próximo año de nuevo.

No voy a entrar en opiniones sobre el sistema empleado para asegurarse de que solo los mejores entran, porque estaría desprestigiando la labor que otros compañeros desempeñan, y todos, absolutamente todos, se lo han trabajado independientemente del resultado. Yo voy a ir más allá de esa injusta prueba escrita a la que nos obligan a presentarnos. Yo prefiero hablar de personas.

Adoro mi trabajo, sí, lo amo. Y no por las vacaciones, ni por el sueldo, ni por el horario como muchos puedan pensar (aunque reconozco que es muy cómodo, no le vamos a quitar importancia), pero mi mayor anhelo cada mañana es encontrarme con esos chavales que, por mucho que madruguen, por mucho calor o frío que haga, o por muy agobiados con exámenes que vayan, siempre tienen una sonrisa en la cara. Eso es con lo que yo me quedo, con sus sonrisas. Porque no hay nada mejor que trabajar rodeada de personas alegres, personas felices, sin los absurdos problemas que nos creamos a veces los mayores. Ellos siempre son positivos, y esa alegría, ese positivismo y esa energía son contagiosos, os lo aseguro.

Por ello debemos corresponderles como se merecen, porque no solo somos sus profesores, también somos sus tutores, sus comunicadores, sus educadores, sus confidentes, sus mediadores... somos algo más que un libro con patas. Ellos lo saben, el problema es que algunos de nosotros nos creemos dioses, pensamos que ellos están ahí para escucharnos, que tienen mucho que aprender de nosotros, que les enseñamos una materia fundamental en su vida. Pues no, señores, resulta que es todo lo contrario. Somos nosotros los que debemos escucharles a ellos, los que tenemos que aprender de ellos y los que debemos pensar que nuestra materia solo es un camino más entre los muchos que existen. Si somos capaces de eso, entonces seremos capaces de enseñarles otras cosas, posiblemente más importantes que las materias:: los valores, saber luchar por lo que desean y aprender a levantarse con cada tropiezo en la vida.

Esos chavales que tenemos frente a nosotros no son alumnos, son personas. Son nuestro futuro. Y de nosotros depende que se conviertan en implacables luchadores.

¿Oposiciones? No voy a decir por donde me las paso, porque no estaría dando un buen ejemplo. Yo ya tengo mi aprobado. Me lo dan las sonrisas y el cariño de mis niños cada día. No necesito más.

Buenos días.